sábado, 18 de septiembre de 2010

HEPTAEDRO?. Nooo... Quitemos unos cuantos lados!.

Heptaedro?. Nooo... Quitemos unos cuantos lados!


“No, no estoy enferma, estoy embarazada”.

Las palabras entraron en él como agua de Mayo mientras abría la puerta intentando que no se notara el cansancio acumulado por tantas horas de trabajo en el hospital. Nunca había tenido el valor suficiente para decirle a ella que la situación de que no llegara aquel hijo que tanto esperaban y con el que siempre habían soñado le estaba generando mucha angustia. Y allí estaba él en ese momento, dejando de lado su cansancio y sus miedos y entrando en un torrente alegría y euforia que estaba a punto de convertirse en lo mejor que había ocurrido en su vida. Miró a sus mujer mientras ella pronunciaba esas palabras mirándole a los ojos. Los ojos de ella estaban serenos, brillantes, dominando la situación en la que ella era la auténtica protagonista y en la que todo lo demás carecía de importancia. Vió los ojos de su primo con esa expresión de sorpresa e ilusión y de pronto entendió que aquella era su familia. Ella, su primo... La vida había querido depararle tener aquella fantàstica noticia rodeada de las personas que más quería. ¿Cuánto esperaría él a decirle a su mujer que era lo mejor que le había ocurrido jamás y que el fruto de sus entrañas era el más importante nexo más de unión entre los dos?.¿ Qué cara pondría ella cuando la abrazara con todas sus fuerzas?. Cuánto amor, pero cuánta responsabilidad... Aquel embarazo iba a marcar sin duda un punto de inflexión en su vida.

El primo vió cómo él entraba por la puerta y sus ojos mientras ella pronunciaba las palabras. Notó su expresión de sospresa al oirlas y vió cómo la mirada de él se dirigió a la suya con una expresión extraña, sin duda llena de alegría y sorpresa a parte iguales. El primo siempre había estado allí, con ellos, y su amor sincero y puro hacia ambos siempre había estado presente. Nunca tuvo el valor suficiente de alejarse de ellos porque por encima del amor que sintiera por ella antes de casarse, él asumió su papel de amigo y confidente de ambos. De sentirse parte de ellos en su relación de sincera amistad. Aquella noticia supuso para él una inmensa alegría y se alegró íntimamente de no haberse ido lejos, cuando ellos se casaron, a un lugar más grande, más lejano, más anónimo. Se imaginó siendo el padrino del niño. Se imaginó cómo iba a llamarle tío... Sintió como si un nudo se instalara en su garganta por la responsabilidad. Aquel embarazo iba a marcar sin duda un punto de inflexión en su vida.

Ella estaba en el centro de todo, dominando la situación, entre los dos hombres que más quería en el mundo y que le habían hecho, cada uno de diferente manera, tan feliz. El amor tan profundo hacia su marido, la confianza que su primo había sabido darle. Tanto tiempo... Después de tanto tiempo intentando tener descendencia, iba finalmente a tener el fruto de tanto amor, un hijo del respeto, de la ilusión, del deseo de ser padres y formar una familia. Iban por fin a ver plasmado en un nuevo ser su amor. Fué una semana intensa. Una semana de nervios. Pruebas en la farmacia, visita al ginecólogo, confirmación... y todo sola, porque ella era consciente de la angustia que él empezaba a tener y prefirió hacerse sola todas las pruebas para evitarle sufrimientos.

“Será niño o niña?”, preguntó el primo.

Ella oyó la pregunta como en off. Estaba tan ilusionada que no supo exactamente quién de los dos la había formulado; una pregunta que fué el inicio de unos instantes plenos de ilusión y a la que contestó mostrando una alegría incontenida: “un niño”.
Él oyó la respuesta y su imaginación voló tratando de pensar cómo sería mientras sus manos descorchaban una botella de cava y ofrecía una copa a cada uno. El primo sintió, unos segundos después de brindar, cómo el cava fresco deshacía el nudo que se había formado un poco antes en su garganta.

“Y cómo le llamaremos?”, preguntó él.

Y ella, girando de forma disimulada el cuello y sin que ellos lo percibieran, dirigió su mirada al interior de la cerradura del armario donde una pupila observaba la escena y ella, mientras dibujaba en su rostro una extraña sonrisa en la que un diente se iluminó por un momento por el brillo de la lámpara dijo: 

“Cornelio... Cornelio, como vuestro abuelo”.

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